El anuncio del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado, líder opositora venezolana, ha desatado una intensa polémica, reflejo del clima político global, donde la polarización parece haberse convertido en norma. Más que un reconocimiento, el galardón ha funcionado como un catalizador de posturas enfrentadas y de discursos ideológicos que revelan las profundas fracturas en torno a la democracia, los derechos humanos y la legitimidad de los gobiernos en América Latina.
Desde el primer momento, diversos líderes políticos manifestaron su inconformidad o desconcierto. Aquellos que simpatizan con regímenes autoritarios, o que han guardado un silencio cómplice frente a ellos, fueron los primeros en reaccionar. El presidente ruso, Vladimir Putin, cuestionó indirectamente el criterio del Comité Nobel, mientras que el mandatario colombiano, Gustavo Petro, optó por desenterrar episodios controvertidos en la trayectoria de Machado.
Citó, por ejemplo, una carta de diciembre de 2018 dirigida al entonces primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, en la que la venezolana pedía apoyo internacional para poner fin al régimen de Nicolás Maduro. En su crítica, Petro preguntó con ironía: “¿Cómo puede alguien pedir ayuda a un genocida para hacer la paz en Venezuela?” y cuestionó la coherencia del Comité Nobel al “estimular alianzas que, lejos de la paz, fomentan la barbarie y la guerra”.
De forma similar, el político español Pablo Iglesias calificó el galardón como una “provocación”, afirmando que “si se le otorga el Nobel de la Paz a María Corina Machado, podrían dárselo también a Trump o incluso a Hitler a título póstumo”. En México, la presidenta Claudia Sheinbaum optó por el silencio, limitándose a declarar “sin comentarios”. Sin embargo, figuras cercanas a su movimiento interpretaron el premio como una maniobra de intervención estadounidense o como una toma de partido en favor de uno de los bandos del conflicto venezolano.
La controversia aumentó cuando Machado dedicó el premio “al sufrido pueblo de Venezuela y al presidente Trump por su decisivo apoyo a nuestra causa”. Esta declaración provocó críticas y reforzó la percepción de que el Nobel asumía una postura política. No obstante, una lectura más profunda permite advertir que su gesto responde más al pragmatismo que a la ideología: en un contexto donde el régimen de Maduro controla todos los resortes del poder, Machado reconoce en Trump a uno de los pocos actores con capacidad real de presión sobre Caracas.
Resulta claro que líderes como Putin, Iglesias o Petro tienen motivaciones particulares para cuestionar el premio. El primero, abiertamente opuesto a los valores democráticos y responsable de la invasión a Ucrania, ve con recelo cualquier intento de debilitar a sus aliados en América Latina. Petro, por su parte, enfrenta críticas internas y una pérdida de legitimidad en su propio país, mientras Iglesias mantiene una postura abiertamente favorable a regímenes autoritarios como los de Cuba o Venezuela.
En este contexto, el silencio de Sheinbaum también resulta significativo: su discurso feminista, con frases como “es tiempo de mujeres”, se vacía de sentido cuando se omite la defensa de otra mujer que ha luchado por la democracia en su país, aunque pertenezca a otra corriente ideológica.
Por supuesto, María Corina Machado no está exenta de críticas. Su pasado político, sus declaraciones y su cercanía con ciertos sectores conservadores pueden generar debate. Sin embargo, lo que no puede ignorarse es que ha intentado competir por la vía democrática contra un régimen que desde hace tiempo dejó de serlo. Su vida hoy corre peligro y se encuentra en la clandestinidad, mientras Maduro concentra el poder y persigue a la oposición.
El mensaje que envía el Comité Nobel es contundente: reconocer a quien, pese a todo, continúa defendiendo el principio democrático en un entorno de represión. Más que un acto de alineamiento geopolítico, el galardón representa un recordatorio de que la lucha por la democracia y la libertad no puede depender del color ideológico de quien la emprende. Tal vez eso es lo que más incomoda a sus detractores: que una mujer, símbolo de resistencia civil, se convierta en el rostro internacional de la oposición a una dictadura que como se puede ver tiene varios defensores.

Iván Arrazola es analista político y colaborador de Integridad Ciudadana A. C. @ivarrcor @Integridad_AC