PLAN B

Paco Baca.

Los expedientes de Epstein, con nombres y apellidos que rozan la piel del poder, están a punto de salir de la penumbra. El Congreso ha dado luz verde y la sombra que se proyecta sobre Donald Trump no es menor: lo coloca contra la espada y la pared, en un escenario donde cada demanda abierta se convierte en un ladrillo más de la muralla que lo acorrala.

La salida más inmediata que se dibuja en el tablero es la vieja fórmula del ruido externo: una incursión militar. Venezuela aparece como el blanco aéreo, un teatro de operaciones que desviaría la atención mediática y política. Pero el eco no se detiene ahí.

La frase “no estoy contento con México” abre otra grieta: la insinuación de una acción terrestre, disfrazada de cooperación, que pondría al gobierno mexicano en la incómoda posición de justificar lo injustificable.

La tensión hemisférica se estira como una cuerda que amenaza con romperse. Colombia y México se convierten en puentes frágiles de un conflicto que no es suyo, pero que los atraviesa. En Palacio Nacional, la presidenta Sheinbaum observa de cerca, tan cerca que los mensajeros ya han tocado la puerta con paquetes no solicitados, recordando que la política internacional rara vez avisa antes de irrumpir.

El dilema es claro: ¿cuánto tiempo puede resistir la cuerda antes de reventarse? El “Plan B” de Trump no es solo una estrategia de distracción; es un recordatorio de que la política exterior puede convertirse en cortina de humo para tapar incendios internos. Y cuando el humo se extiende por todo el continente, la pregunta no es si habrá consecuencias, sino quién estará dispuesto a respirar ese aire enrarecido.