- Tenía 80 años y había sufrido un accidente doméstico y el cuadro se complicó por una neumonía y una insuficiencia renal.
- El fútbol argentino llora a una de sus grandes leyendas.

Había partido el Maestro hace ya varios años, durante la pandemia. Y ahora se ido el Discípulo. Hugo Orlando Gatti siguió los pasos de Amadeo Carrizo. Falleció este domingo 20 de abril a los 80 años, tras haber estado internado los últimos dos meses en el hospital Pirovano debido a un accidente doméstico que derivó en una neumonía bilateral y en un cuadro irreversible. Otra pérdida infinita, otro gol en contra que no pudo evitarse y que conmueve a todo aquel que ame el fútbol. Una pena enorme. Irreparable.
La estadística puede narrar la vida de Gatti, pero es solo un documento. Existen historias, vivencias, anécdotas, detalles, jugadas, goles evitados y goles sufridos que lo retratan mejor. Fue «un gaucho» de Carlos Tejedor que llegó a Atlanta en 1962. Dos años más tarde pasó a River, donde estuvo hasta 1968, cuando se trasladó a Gimnasia. En 1975 se unió a Unión y, desde 1976 hasta su retiro forzado en 1988, jugó en Boca. Intocable para los hinchas de esos equipos, incluso para los de River, donde tuvo que convivir con la idolatría sin límites hacia Amadeo. Ganó tres títulos locales y tres internacionales con Boca (el Metropolitano y Nacional de 1976, el Metropolitano de 1981 con la llegada de Maradona, además de las dos primeras Copas Libertadores xeneizes en 1977 y 1978, y la Intercontinental contra el Borussia). Junto a Fillol, ostenta el récord de penales atajados: 26. Y listo.
Criticaba a otros arqueros, criticaba a Maradona y en el ’77 le tocó la selección nacional de fútbol. Lo convocó el Flaco Menotti y se mandaron una gira, respondió fenomenalmente, pero ahí había un parteaguas que era: “¿Vos querés jugar la Copa del Mundo del 78 en Argentina? ¿O querés jugar la Copa Libertadores con tu club?“, preguntaba con toda franqueza Menotti a los jugadores que estaban en duda porque no todos los jugadores acudían al llamado de la Selección. Los de River renunciaron, menos Passarella; y después de última se llamó a Fillol, cuando ya la cosa claramente era inminente.
Y Gatti dijo Boca, me quedo con Boca, jueguen ustedes el Mundial. Se quedó con Boca y ganó la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental contra el Borussia. Una vez que pasó la consagración, quiso volver a la Selección. Fillol también quiso volver. El Flaco Menotti aceptó una reunión con Fillol, que hubo de haberse llevado a cabo en su casa, a instancias de una producción de la revista de la época, pero no admitió lo de Gatti porque Fillol siempre fue silenciosamente respetuoso con la Selección y los objetivos para el Mundial. En cambio, Gatti dijo cómo vas a comparar a Boca con la Selección. Es decir, tenía esa cosa, de la que nunca se arrepentía, la reafirmaba. Iba a cualquier programa.

Para el ambiente del fútbol, desde su debut hasta su retirada y sobre todo después, cuando siguió como comunicador en España, este enorme arquero, este personaje que cambió un poco la lógica y el humor de los interesados en la información deportiva y de los hinchas de los clubes en los que actuó, fundamentalmente, no será recordado por actitudes personales, porque no se le conocen actitudes personales propias de jugadores de fútbol –solidaridades, adhesiones, etcétera.–. Antes bien se lo conoce por su pasión por el fútbol y por su frustración de no haber sido “nueve”; puesto en el que jugó algunas veces y que intentaba ser aceptado por Zubeldía en Atlanta. Cuando vino a probarse como arquero le dijo Maestro, mire que yo también juego de delantero. Si le hace falta un delantero, pruébeme de delantero. Y después por sus críticas despiadadas a otros colegas.

Si hubiera que hacer una síntesis, se diría que el Loco le quitó máscara de drama a las tribunas del fútbol, sobre todo de los equipos en los que jugó. Su principal virtud fue, como arquero, que generó la reafirmación de un nuevo orden para el golero; pero que también transmitía una enorme confianza en sus compañeros. Su único involucramiento siempre fue el fútbol y no manejó la autoestima como un hecho provocado, sino que estaba dentro de él. Polémico, a veces provocativo, generalmente autorreferente. Empezaba a hablar de cualquier tema y terminaba siempre poniendo ejemplos respecto de lo que él hubiera hecho o lo que él hizo. Pero, naturalmente, reconociendo cualquier error de forma de vida, no de comportamiento humano. Gatti marcó una época en el fútbol argentino con sus burlas contra Carrizo, sus sarcasmos contra Roma, su actitud burlona frente a los arqueros convencionales. Gatti marcó una época; y la época que marcó Gatti fue una en la que justamente apareció el color y la sonrisa en las tribunas del fútbol argentino. El color y la sonrisa.
Fue un gran arquero. Priorizó siempre su convicción y nunca aceptó frente al espejo haber admitido lo que los años le iban a traer: arrugas en el rostro y que había dejado de ser lo que fue. Por eso luchó hasta el último hálito de su vida por seguir siendo Gatti.
Se fue a vivir a España, de vez en cuando volvía al país. Aquí eludía a los medios. Allá soltaba la lengua, fuerte. “Al lado de los jugadores que yo vi, Messi no existe”, aseguró en El Chiringuito. Provocador, vaya uno a saber si lo dijo convencido. En todo caso, un mal cálculo, una salida apresurada del arco.
“El fútbol es alegría y yo le doy alegría a la gente” afirmaba. No era un slogan. Era cierto. Fue así, fue un gusto que Gatti haya pasado por estos lugares todo este tiempo.
