Desde el Palacio de Miraflores, Nicolás Maduro observa el tablero. No es un mapa geopolítico, es ajedrez puro. Ocho buques de guerra, mil doscientos misiles, un submarino nuclear: piezas negras alineadas por el gobierno de Trump bajo el pretexto de combatir cárteles. Pero en esta partida, el narcotráfico es solo el peón que justifica el avance.
Maduro se ve a sí mismo como el Rey enrocado: protegido por milicianos, blindado por retórica, rodeado de leales que repiten “territorio de paz”. Pero sabe que el enroque no es eterno. Cada movimiento que haga puede desarmar su defensa. Cada silencio, un tic-tac que acerca el jaque mate.
Trump no juega por puntos, juega por petróleo. Y el Caribe, antes azul y cálido, se ha vuelto un tablero frío donde las piezas se mueven sin diplomacia. La pregunta no es si habrá jugada, sino cuánto tiempo le queda al Rey antes de que el reloj marque cero.
Editorial y cartón político. Paco Baca.

