“La Generación que ya no pide permiso”
La historia suele repetirse con la torpeza de quienes creen que el poder es eterno. Pero la Generación Z decidió romper el libreto: derrocaron gobiernos, no con fusiles ni bayonetas, sino con la interconexión de pantallas, hashtags y una paciencia agotada. Son hijos de la tecnología, nietos del hartazgo, y hoy se despliegan como enjambre global que ya no tolera la comedia rancia de los políticos que siguen actuando como si el siglo XXI fuera un rumor.
En México, el escenario es aún más grotesco. La corrupción se volvió rutina, la violencia un espectáculo diario, y el narcogobierno un anfitrión que ya ni se molesta en ocultar su complicidad. El vínculo con el crimen organizado es tan evidente que resulta insultante escuchar discursos presidenciales que pretenden disfrazar la realidad con imposturas solemnes. La presidenta —con “a” para subrayar la impostura de modernidad— no logra siquiera imitar la bufonesca teatralidad de su antecesor. Su narrativa es un eco vacío, un guion mal ensayado que no convence ni a los más crédulos.
La ciudadanía, sin embargo, ya no es público cautivo. La tecnología ha convertido cada mentira en trending topic, cada omisión en evidencia compartida, cada impostura en meme corrosivo. Y ahí está la verdadera revolución: nada puede ocultarse. La Generación Z no pide permiso para exponer lo que todos saben, ni para señalar que el poder se pudre cuando se aferra a viejas formas de gobernar.
El futuro no es el proyecto: El presente es el cambio. Y quienes insisten en gobernar con manuales del pasado están condenados a ser caricaturas de sí mismos. La Generación Z utiliza los gadgets que inventó la generación X y ya lo entendió. El resto, tarde o temprano, tendrá que aceptarlo.
Ahora no se trata de generaciones que se contraponen, ahora se trata de tener un destino mejor al que ya conocemos. Aunque los anquilosados en ideas políticas repitan en su discurso «no somos iguales», siguen siendo la esencia de las mismas entelequias momificadas que argumentan ser diferentes con el mismo discurso sin respuesta en un mundo cada vez más parejo.
Editorial y cartón editorial: Paco Baca.


















