Paco Baca
Carlos Manzo fue asesinado en Uruapan durante una celebración del Día de Muertos. Ironía brutal: en México, los muertos no esperan a noviembre para desfilar. Aquí, la muerte no se disfraza de catrina; se presenta con balas, impunidad y silencio institucional.
El subsecretario de Estado de EE.UU., Christopher Landau, reaccionó con una frase que parece salida de una novela de García Márquez: “Los muertos nunca se van mientras sean recordados”. Y acto seguido, ofreció cooperación para erradicar el crimen organizado. Como si la memoria bastara. Como si la cooperación no llevara años empantanada en simulacros diplomáticos y operativos fallidos.
Omar García Harfuch, el secretario de Seguridad, respondió con cortesía: “Toda cooperación es bienvenida, toda”. Pero su tono fue más de trámite que de urgencia. Como quien recibe una visita incómoda y le ofrece café para que se vaya pronto. Porque en el fondo, lo que menos quiere este gobierno es que alguien más le recuerde que no hay estrategia. Que la narrativa de “atender las causas” se ha convertido en un mantra vacío, una coartada para no actuar.
Y mientras tanto, Claudia Sheinbaum, presidenta de la República, se limita a repetir que “la política exterior la define México”. Como si eso bastara para blindarnos de la realidad. Como si la soberanía se defendiera con frases y no con resultados.
Ronald Johnson, exembajador de EE.UU., lo dijo sin rodeos: “México necesita una estrategia real, no solo discursos”. Y tiene razón. Porque la violencia no se combate con abrazos ni con tuits conmemorativos. Se combate con inteligencia, con coordinación, con voluntad política. Y, sobre todo, con una narrativa que no le tema a la verdad.
Hoy, la verdad es esta: no hay estrategia. Hay muertos. Hay discursos. Hay cooperación que no coopera. Y hay un país que se desangra mientras sus líderes se toman la foto.
Atender las causas, sí. Pero no como excusa para no atender las consecuencias. Porque cuando el Estado abdica de su deber de proteger, la causa que merece atención es el propio Estado. Su parálisis. Su indolencia. Su complicidad.
Carlos Manzo no murió por falta de abrazos. Murió por exceso de impunidad. Y eso no se resuelve con condolencias diplomáticas ni con frases de ocasión. Se resuelve con decisiones. Con estrategia. Con coraje.
Y eso, por ahora, brilla por su ausencia.
Editorial y cartón editorial. Paco Baca.

















